
No podemos ir creyendo una cosa u otra de acuerdo a lo que vamos viendo, o nuestro pensamientos vagarían de un lado a otro hasta atormentarnos, pues las circunstancias de la vida son tan variantes como las olas, que a menudo se vuelven tormentosas. En cambio deberíamos pensar y creer con fe. Pero la fe sólo puede estar depositada en lo que es verdadero, pues si no, sería vana y de nada aprovecharía. Lo falso, aunque fuera aparentemente real a la vista, finalmente se desvanecerá. Sin embargo, la verdad es tal, que aunque no se vea, siempre vence, es como una roca inconmovible. De ahí que puestos en ella, podemos prevalecer en paz incluso cuando agolpan las olas tormentosas.
La verdad no depende de nuestros pensamientos. Ella es. Y se hará evidente que siempre estuvo allí, apenas pase la tormenta nocturna. Por tanto, debemos buscar la verdad y, habiéndola hallado, seguirla sin vacilar. Jesucristo dijo: “…Yo soy el camino, y la verdad, y la vida…” (Juan 14:6) De modo que la verdad no es una forma de percibir la realidad o de pensar las cosas, sino una persona: Jesús. Y en Él siempre hay salida, porque Él es el camino también; y a través de ese camino hay vida abundante, y al final, vida eterna, porque Él es también la vida.
Entonces ya sabemos dónde, o más bien, en quién hallar la única verdad verdadera, que puede ofrecernos reposo y descanso perdurables. Así será siempre que confiemos en Él, con todo lo que nos ha enseñado en palabra y vivir, y contra todo pronóstico que pudiera sugerir la atmósfera de este mundo. ¿Y de qué forma podemos conocerlo?… Por el testimonio que dan de Él las Escrituras, conocidas como la Biblia; por medio de la conversación sincera con Él, que se le llama oración; y por medio de la comunión con los demás hermanos que también lo buscan, y que Él se les ha dado a conocer. Y sobre todo, habiéndolo hallado, sigámoslo hoy, y le conoceremos más y más cada día.