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Cuidado la fe con la evidencia!

La fe peligra de desvanecerse cuando se le ofrecen evidencias para sustentarla. De hecho, si las necesitara o usara de estas, ya no sería verdadera fe. Ella es la evidencia misma de lo que no vemos pero lo esperamos porque conocemos que es, al haber creído a la Ley y al testimonio del Dios invisible y eterno.

Entonces lo que se ve, no puede ser evidencia sino efecto de lo que no se ve, ya que no es primero, pues fue después; ni es postrero, pues dejará de ser. Pero lo que no se ve es eterno. De ahí que la muestra de que la fe es viva, y no digo lo que la sostiene sino lo que deviene de ella, es el obrar con fe, con lo cual también se ha de manifestar la señal, efecto o resultado tangible de la fe. De manera que la señal prosigue a la fe, y no la precede, por tanto jamás podría sustentarla.

La fe verdadera, que trasciende a la señal, sigue siendo sustancia de lo invisible y no reacción a la manifestación vista. Antes bien, la fe es a su vez, probada por la señal, lo mismo que por la falta de señal, y vence al permanecer, independientemente de lo uno o lo otro. ¿O acaso no hay quienes hasta reciben milagros que luego atribuyen a falsas fuentes, en vez de al poder de Dios, que por gracia los ha socorrido, y finalmente hasta perecen sin Él?… Sin embargo, el que da la gloria a Dios y queda ligado en gratitud y amor a Él, es por la fe.

De modo que ante un mismo suceso, cada quien escoge entre la fe y la duda, pues a cada uno le ha sido dada por Dios, una medida de fe; pero recibirla, ejercitarla y multiplicarla depende, en parte, de cómo cada uno elige o no colaborar con Dios cada vez. Pues también a todos, nos circunda la tentación de la duda, que proviene del Adversario, el mundo y la carne.

Por tanto, en todo esto, concluimos que el único fundamento de nuestra fe es Jesucristo, a quien conocemos por el testimonio de la Palabra de Dios y por su encarnación como testimonio vivo de la Palabra, que nos es revelado continuamente por su Espíritu Santo. Por ende, la fe verdadera, permanente y eficaz, no puede tampoco tratarse simplemente de fe en la fe, sino que es por la fe en Él, el autor y consumador de la fe, en quien está el poder. EL ES EL QUE ES antes, ahora, después y siempre por la eternidad. Amén.

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