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Somos muy únicos, diversos y valiosos, más de lo que pensamos; y somos muy comunes, iguales e insignificantes, más de lo que pensamos también.
Cuando veas lo que haces bien, no desprecies ni te enaltezcas, pues otros hacen bien otras cosas que tú no puedes. Cuando veas lo que otros hacen bien, no envidies ni te subestimes, pues tú haces bien otras cosas que ellos no pueden.
La humildad de corazón es el mejor traje que pueda ceñirse la novia de Jesucristo. Los días de la soberbia están contados pero los humildes permanecen en el reino para siempre.
Toda forma de virtuosidad ha de tener por lustre la humildad, o carecería de brillo alguno. Cuando se conjuga la excelencia con la humildad, se engendra la maravilla.
El elogio prueba al corazón, y si su efecto es la jactancia, inhabilitaría aquello por lo que hemos sido elogiados.
No es en los grandes escenarios sensacionalistas que la Palabra se está haciendo carne hoy, sino todavía en los pesebres que son viles y menospreciables al mundo. Sigamos la estrella arriba y sus señales de humildad abajo.
La talla del reino de los cielos es para pequeños. El que no se haga como uno de ellos, no cabe ni puede entrar.
Un mundo que gratifica a los soberbios y rechaza a los humildes es una gran decepción. En cambio, “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”
Deberíamos ser tan mansos, humildes y sencillos de corazón que un niño no halle en nosotros estorbos ni tropiezos para pastorearnos.
En la iglesia no deberían caber las élites, el único Altísimo de la iglesia es Jesucristo y fue el que “…también descendió primero a las partes más bajas de la tierra.” Si no nos humillamos con Él, no podremos ser glorificados con Él.
Jesús, su nombre es “Salvación”. Quien no se haya reconocido perdido, tampoco podría conocerle como Salvador. Y nadie, ninguno tiene otro mérito en esto, que el de la cruz de Cristo. Mantengámonos humildes.
No es importante quedar en las crónicas de las hazañas de los hombres que al fin se desvanecerán. Importante es estar inscritos en el libro de la vida y las crónicas eternas de los héroes de la fe, que perdurarán con Dios por siempre.
Nuestra búsqueda no debe dirigirse a ser conocidos por los hombres, sino a que Jesucristo sea conocido por los hombres, y nosotros seamos conocidos por Él.
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