
Veamos, hermanos, en la madre del Mesías y Dios nuestro, Jesucristo, y en la madre del más grande profeta de todos los tiempos, Juan el Bautista, la humildad de sus corazones y la convicción de la sola misericordia de Dios cuando somos favorecidos por Él. En cambio, la soberbia está al otro lado radicalmente opuesto a la gracia y la bienaventuranza del Señor.
La tendencia de la naturaleza humana de Elisabet pudo haberle llevado a sentir celos o envidia de su prima, porque el niño de su vientre era incomparablemente mayor que el suyo, en cambio fue otra la convicción del Espíritu Santo que le llenó. Ella reconoció la virtud concedida por Dios a su pariente por encima de la suya propia sin perjuicios; y en cuanto a sí, más bien reconoció su indignidad ante el favor inmerecido que Dios le daba al enviarle a su prima, aunque ella misma llevaba también un grandísimo propósito en su vientre.
Y ¿qué responde María al elogio? Su reacción fue adoración al Señor y reconocimiento de su bajeza personal, aun cuando era una mujer pura, santa y virtuosa en toda su manera de vivir. La Escritura nos enseña que el elogio prueba al corazón. Y por su humildad, María también resultó aprobada como buena sierva en su respuesta al elogio. ¡Vean qué estirpe y talla de mujeres escogió Dios para alumbrar su gran plan al mundo!
Así como esta imprescindible virtud de la humildad estuvo presente desde la concepción de Jesús, Él mismo nos enseñó el lugar que ocupa en el plan de salvación de Dios para dar reposo aquí y en la eternidad a nuestra alma: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.” (Mateo 11:29) La humildad es de adentro hacia afuera, como las demás virtudes de los santos. Se basa en el entendimiento de la verdad en nuestro corazón. No puede ser imitada exteriormente con “acciones humildes”, sin entender la realidad de nuestra baja condición respecto a la infinita grandeza y santidad de Dios.
Oigamos para que veamos, hermanos e iglesia del Señor. Y por favor, recordemos continuamente que su Espíritu está buscando y llamando corazones entendidos, que son corazones humildes, para seguirlos usando hoy en el cumplimiento de su gran propósito para el fin de los tiempos. ¿Cómo será esto posible a pesar de nuestra naturaleza humana corrompida? “…El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra...” (Lucas 1:35) Andemos en el Espíritu y rindamos a Él todo nuestro ser en todo tiempo, para que nos llene oportunamente. “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.” (1 Pedro 5:6)
Ser llenos del Espíritu Santo NO conlleva a envanecimiento o presunción alguna de poder; sino al contrario, a la humillación de nosotros mismos reconociendo que somos menos que nada, y la exaltación de Jesucristo y SÓLO de Él. Somos inefablemente favorecidos, sólo por la gracia y misericordia de Dios, cuando nos usa como instrumentos y vasos de honra en su ministerio y su templo vivos.
Humildad, humildad, humildad… El Espíritu Santo sigue llamando hoy a la novia de Cristo en humildad. Esa es la estirpe de esposa que ha escogido para sí. ¡Aleluya, amén!
Por favor, te rogamos así ayúdanos, Señor. Muchas gracias porque así te plació. En el nombre de Jesucristo, Amén.
“En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí? Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor. Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, Y su misericordia es de generación en generación A los que le temen. Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, Y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, Y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, Acordándose de la misericordia De la cual habló a nuestros padres, Para con Abraham y su descendencia para siempre.”
Lucas 1:39-55

