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Totalmente protegidos

“Si alguno conspirare contra ti, lo hará sin mí; el que contra ti conspirare, delante de ti caerá… Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová.” (Isaías 54:15, 17)


Un embajador y soldado escogido de Dios sólo puede ser tocado con el permiso de Dios. Y si Él lo permite, es para bien y por amor a éste y aquellos a quienes está dirigida su misión. Ellos son atribulados para que otros sean consolados con las mismas consolaciones que reciben del Espíritu de Dios. Si honran y cumplen bien su comisión, entonces viven, andan, van y actúan en el nombre del Señor, que es sobre todo nombre: Jehová de los Ejércitos, Jehová, el fuerte y valiente, Jehová, el poderoso en batalla, el todopoderoso. Cuando su tiempo se ha cumplido, la vida de un siervo de Dios sólo puede ser arrebatada por orden de Dios, y esa es una orden de triunfo y conquista, no de derrota, para recibir su galardón eterno y unirse a la gran nube de testigos, que ya contemplan a los que aún peleamos en las arenas tempestuosas de la vida. Cuando un justo muere, no es enterrado en el olvido, sino que en verdad es sembrado para llevar muchos más frutos. Entonces conviene. Los siervos de Dios gozarán de su protección hasta su último día. Y nada ni nadie podrá removerlos hasta haberse cumplido el propósito de Dios. Para corregirlos, purificarlos o hasta jubilarlos, el Señor puede usar instrumentos, que aunque parezcan o pretendan ser destructivos, contribuirán a probar, perfeccionar y fortalecer su edificación. De modo que hasta sus adversarios, tributarán a su favor. Pero ay del que afrenta a cualquiera de estos pequeñitos, cuyos ángeles están delante del Padre continuamente. Sería tan culpable como el que martiriza a un tierno niño. Aquellos atormentadores que no se arrepientan oportunamente, sólo conseguirán ser atormentados, destruidos y olvidados para siempre. Por tanto, vivamos como escogidos de Dios, veladores y protectores de nuestros hermanos, y jamás como escarnecedores de aquellos sobre quienes el Buen Pastor tiene puestos sus ojos. Pues ciertamente, Él pelea por ellos y ha peleado hasta la muerte, y ha vencido la muerte con resurrección para vida eterna.

“Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé.” (Josué 1:5)

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